lunes, 13 de junio de 2011

Proyecto para fomentar la lectura en el sistema de transporte colectivo metro de la Ciudad de México en 2004

DE   BOLETO   EN   EL   METRO


Cuando abrí la página del índice un título llamó poderosamente mi atención: “El Censo” recordé en ese momento que cuando cursaba la secundaria, entre mis tareas escolares, se encontraba precisamente la de asistir a la puesta en escena de la obra de Emilio Carballido “El Censo” y representarla posteriormente con mis compañeros de grupo, ante la mirada inquisitiva y un tanto divertida de nuestro maestro de educación artística. 
Mientras el tren del metro avanzaba de estación, ese pequeño libro y su contenido iban despertando mi memoria, no pude evitar sentir nostalgia de épocas que creí olvidadas desde los años de mi adolescencia, recordé también lo gracioso del personaje que me tocó interpretar. Absorta en mis pensamientos iba recordando ese cúmulo de vivencias con todas esas emociones activadas de repente a través de la lectura, solo las expresiones divertidas unas o indiferentes otras, en los rostros de algunos pasajeros que curiosos me observaban , me volvieron a la realidad.

Ese pequeño volumen con su bagaje de papel y tinta, impreso con palabras más, palabras menos, removió imágenes guardadas hacía ya mucho tiempo en los archivos de mi memoria. 

Sin embargo, al ir hojeando los capítulos al pasar de las páginas siguientes, se descompuso mi semblante al revivir las imágenes descritas tan diestramente por Carlos Monsiváis en su crónica de los sucesos del terremoto de la Ciudad de México en 1985, en ese “collage de voces, impresiones, sensaciones de un largo día” en el que “la solidaridad de la población en realidad fue toma de poder” 
Fue un latigazo a mis recuerdos, casi como sufrirlo nuevamente, resultó una gran impresión el comprobar que nuestro cerebro, a través de la memoria, puede repetir fielmente emociones con lujo de detalles de sucesos importantes.

Y como dejar de disfrutar el irresistible sabor de lo prohibido que me provocó el pasaje de “La Aventura Perfecta” de Vicente Leñero, cuando al leer la última línea inevitablemente se nos queda un dejo de culpabilidad en declarada complicidad con los protagonistas de esta historia,  sencillamente una lectura deliciosa.

Lo confieso, realmente me costó trabajo dominarme para no caer en la tentación de quedarme con aquél volumen hasta terminar su contenido, pero para mi desgracia pudo más el voto de confianza que el gobierno de la ciudad había depositado en los usuarios del sistema de transporte colectivo “metro”, al intentar con este proyecto fomentar el hábito de la lectura de una sociedad que en su mayoría no tiene esa cultura, que mi afán por conocer todas las historias que se compilaban en el modesto ejemplar, más aún sabiendo que los autores, todos, eran una garantía de satisfacción para todos los ocasionales lectores.

Casi me arrepiento de haberlo hecho cuando al pasar de los días, cada vez que dirigía mis pasos hacia la entrada o salida, mis ojos se detenían religiosamente en los vacíos anaqueles del dispensador con el mismo y frustrante resultado. . . imposible “pescar” otro ejemplar. 
Al parecer, a nuestra sociedad sí le gusta el ejercicio de la lectura y quiero pensar que nos han subestimado en ese sentido y no que se trata de otro simple acto de "agandalle" a los pocos privilegios que muy ocasionalmente se nos regala.

A pesar de todo, semanas después obtuve mi recompensa gracias a que soy una fiel, aunque no muy resignada usuaria del metro.

Cuando me acercaba a los torniquetes de salida de la estación Zapata, lo distinguí a lo lejos, solitario y algo maltratado, sin dudarlo apresuré el paso con el temor de que alguien más persiguiera el mismo objetivo. Sin tardanza, lo tomé y el resultado fue que mi viaje de regreso, desde la estación Coyoacán hasta mi destino final de Indios Verdes, se convirtió en un verdadero agasajo en el más completo sentido de la palabra.

Ciertamente, me aguardaba lo mejor de esta pequeña antología intencionadamente editada con poesías urbanas e historias contemporáneas, de buena y fácil digestión para una sociedad que se resiste a la lectura, pero que de tan buenas, terminaron por echar por tierra mis buenos propósitos.

Sí. . . me resistí a colocarlo nuevamente en el dispensador, y lo peor de todo, no me siento culpable en ningún sentido.

Marilú2M4


Registro en Indautor en trámite

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