miércoles, 29 de febrero de 2012

Cuento La receta

LA RECETA MÁGICA DE MI ABUELA
             

                          Abuela: ¿Hay recetas mágicas?

Luisa es una pequeña de siete años, tiene grandes ojos cafés, expresivos y vivaces, con enormes pestañas oscuras; posee un largo y hermoso cabello castaño con ondas suaves, que sujeta con lindas diademas, algunas adornadas con plumas, otras con piedras de colores brillantes, que parecen joyas incrustadas en su pequeña cabeza, y otras más pintadas con alegres diseños. A Luisa le gustan mucho los adornos para el cabello.
Una mañana de invierno, un repentino derrame cerebral se llevó a su mamita al cielo y desde entonces vive con su padre, quien es muy amoroso con ella, y eso la hace feliz. Cada dos fines de semana, va a visitar a su abuela materna, quien vive en una casa pequeña pero, con un enorme jardín en donde Luisa adora correr y armar casas de campaña con lo que encuentra a la mano.
_ ¡Hola abuela!
_ ¡Que sorpresa!
Pasa y déjame darte un abrazo de oso.
_Basta abuela, ¡Me ahogo!
_Lo siento, me emociona mucho que vengas de visita. ¿Y esa carita tan triste? ¿Qué le sucede a mi pequeña?
_ Es que fuimos a dejarle flores a mami.
Abuela, quiero a mi mami, ¡La extraño mucho!
_ Lo sé cariño, yo también extraño a mi amada hija, ojalá no se hubiera ido.
Ven conmigo, estoy preparando algo delicioso para la comida ¿Quieres ser mi asistente de cocina?
_ ¿De verdad? ¿Puedo ayudarte a mezclar ingredientes?
_ Así es, pero sólo yo puedo acercarme a la estufa, tú trabajarás en esta mesa que esta en el área más segura de esta cocina, justo aquí tu mami me ayudaba cuando tenía mas o memos tu misma edad.
_Abuela ¿Tu conoces muchas recetas?
_Sí, creo que conozco muchas.
_Abuela ¿Hay una receta mágica para vivir?
_ Mmm… veamos  ¿Quieres decir: Para vivir bien o para vivir por siempre?
_ ¡Para vivir por siempre abuela!  ¡Para no morir! ¡Para que siempre estemos aquí!
_ Ah… ya entiendo. Sí, sí la hay pero, acércate voy a decirte algo al oído.
Es una receta secreta.
_ ¿Y me la puedes decir?
_ ¡Claro que te la puedo decir!, pero sólo funciona si la sigues  al pie de la letra.
_ ¿Y eso qué significa? 
_ Significa que tienes que hacer exactamente lo que dice, palabra por palabra, si faltara algún ingrediente o si se agregara fuera de orden, podríamos obtener algo que no deseamos.
_ Entonces ¿Yo no podría prepararla? ¿Es muy difícil? 
_No cariño, nada es difícil si seguimos las instrucciones. Es como ir al colegio, todas las instrucciones las escribes en tus libretas y cuando no recuerdas alguna cosa, o te preparas para los exámenes, solo buscas lo que necesitas y ya está.
 _ ¿Y tú tienes escritas tus recetas? ¿Yo no veo que las saques de ninguna libreta? 
_Bueno, es que las he preparado tantas veces y por tantos años que algunas me las aprendí de memoria. ¿Ves aquéllos libros y cuadernos en la parte superior de esa repisa?
_Sí abuela ¿Son tus recetas? 
_ Así es, son como libros de magia que contienen fórmulas y están llenos de instrucciones.
Se llaman recetarios de cocina y contienen indicaciones para preparar toda clase de platillos, bien para ocasiones especiales que requieren mucho tiempo de preparación, a veces horas, o bien para un sencillo pero delicioso desayuno que se puede preparar en unos cuantos minutos.
También incluyen las recetas antiguas, ésas que me enseñó a preparar mi abuela.
Estos recetarios son como instructivos secretos y están llenos de magia.
_ ¡Guau! ¿De magia? ¿Como la que usan los magos y las hadas?
_ ¡Ni más ni menos!  Escucha con atención, si buscas la receta adecuada, puedes convertir una triste tarde nublada, lluviosa y fría, en una maravillosa y cálida velada.
 _ ¿Y yo puedo tener un recetario?
_ ¡Por supuesto! Además es muy divertido porque ahora puedes bajar las recetas que te gusten de internet, imprimirlas en papel de colores y pegarlas. Otras las puedes decorar con tus propios dibujos y otras más con recortes brillantes. Así tendrás un hermoso recetario.
 _ Espera abuela, voy por un cuaderno para escribir mis recetas  y cuando venga papá por mí, se lo voy a enseñar ¡Le voy a decir que ya tengo un recetario!
_ Muy bien querida ¡Empecemos!
El primer ingrediente es insustituible, y lo debe incluir todas las recetas que prepares, deberá agregarse en cantidades industriales,
_ ¿Y  qué quiere decir “industriales” abuela?
_ Que no necesitas medirlo, debes agregarlo de manera generosa, es decir, muy abundantemente.
_ ¿O sea, mucho, muchísimo?
_ ¡Exactamente! ¿Estás lista para escribir?
El primer ingrediente de la receta mágica para vivir es: AMAR.
 Y la manera de utilizarlo es esta:
Ama intensamente, ama todo lo que puedas, ama a todas las personas que puedas, ama todo el tiempo.
_ ¿Y con ese ingrediente mami va a volver?
_ Con ese ingrediente, mami no se irá nunca.
Permanecerá siempre dentro de ti.
Será la que fabrique, en cantidades industriales,  el ingrediente mágico de todas las recetas de tu vida.
_ Abuela ¡llegó papá!
¡Mira papi, estoy haciendo un recetario con la abuela! ¡Es de magia!
Adiós abuela.  Te amo.



Marilú 31 de julio de 2M11

lunes, 27 de febrero de 2012

Cuento Como todos los domingos

COMO TODOS LOS DOMINGOS
  
En algún lugar de la ciudad de México, al filo del medio día y como todos los domingos, Andrés en compañía de su familia asiste al servicio religioso de su vecindario, esposo devoto y fiel, muy apreciado por la comunidad y sabedor de que es considerado como ejemplo de rectitud y practicante de buen catolicismo, gusta de provocar la envidia de los parroquianos al ofrecer a la vista de todos un matrimonio modelo, bien avenido y ejemplo de buenas costumbres. Padre amoroso y responsable, da gracias a Dios por colmarlo de bendiciones, como la del amor de su familia o de la inmejorable salud de la que disfrutan, entre otras muchas.  Así, muestra orgulloso la belleza de sus hijas, tres hermosos capullos que heredan, a decir verdad, la galanura de su padre; la que no tiene los ojos verdes, tiene los cabellos ensortijados o la piel satinada como su progenitor. 
Hombre de mundo, culto, alegre y conservador al mismo tiempo, con una desahogada posición económica, es lo que se consideraría para muchas mujeres el  “marido ideal”.

Minutos antes de la homilía los saludos de los vecinos y amigos en el atrio forman parte del ritual, es el momento propicio para comentar la ultima tertulia o para programar la siguiente, el motivo importa menos que el placer de reunirse para comer y tomar algunos tragos, organizar una partida de póquer o terminar felizmente la tarde bailando con sus esposas.
Las risas de las mujeres, alegres como sus atuendos domingueros, iluminan sus aburridos rostros, mientras intentan afanosamente de acallar las protestas infantiles por no obtener antes del servicio, los suaves algodones de azúcar, que permanecerán afuera como rosadas recompensas de una gloria prometida; a lo lejos, los acordes de un organillero dan fondo musical al escenario, y a unos metros, un anciano empuja trabajosamente un carrito con helados de crema y sorbetes de frutas de la estación. Las campanas doblan anunciando la última llamada para la misa y la multitud se aglomera en la entrada para tratar de obtener el mejor lugar.
 
El recinto ofrecía una magnífica vista además de la muestra pictórica que, de no ser porque eran piezas relativamente modernas serían muy apreciadas por los traficantes de arte sacro, distribuida a lo largo de la bóveda del templo representaba las escenas de la pasión de Cristo. Dispuestos también a ambos lados del pasillo central los enormes jarrones de cerámica poblana lucían magníficos, repletos de blancas azucenas y olorosos nardos. Elaborados retablos rematados en hoja dorada completaban el marco de la imagen principal, entre rojos y aterciopelados cortinajes, al fondo y detrás del albo mármol del altar mayor.

En el ambiente flotaba un aire de santidad, un coro de niños, hijos en su mayoría de los asistentes,  entonaba armónica y suavemente las notas del Ave María, y la luz, filtrada a través de los vitrales, completaba el efecto hipnótico multicolor. El sonido de las palabras del sacerdote, al distorsionarse por el eco que la oquedad del templo producía, provocaba en la mayoría, pero sobre todo en Andrés, una especie de trance mental que lograba borrar, por así decirlo, las líneas de expresión de su rostro, transfiguración que era observada de tanto en tanto por la complaciente mirada de Esperanza, su esposa, que satisfecha y feliz por la devoción mostrada por su marido no concibe, no imagina siquiera la existencia de pensamientos que lo pudieran inquietar ya no pensar siquiera trastornar o atormentar  y se siente por mucho, la mujer más afortunada de la tierra.

En efecto, la paz mostrada por Andrés era solo el barniz que cubría todas las emociones que un corazón como el suyo era capaz de concebir, un corazón pasando apenas la mitad de los cuarenta años, un corazón fuerte y vigoroso, noble, palpitante y. . . romántico. Sí,  muy a su pesar Andrés era romántico.

”Dios mío, _ Ora para sí cerrando los ojos _  heme aquí, nuevamente arrepentido, dame fuerzas pues mi voluntad flaquea, Tú, que eres infinito amor, dime si alcanza perdón lo que por amor padezco.
¿Perdón? Pero, si no siento culpa alguna, antes lo contrario ¡Gloria a ti, Señor por que me siento vivo! Más vivo desde aquél momento en que la suerte quiso, o el destino, no lo sé,  que viera dos luceros en sus ojos; que sintiera la gloria de sus labios. . . sí,  de su boca, deliciosa tentación que me domina por entero. Dios,  ¡No sé si pedirte perdón o darte gracias!
Siento que ante todas las faltas que he cometido, no basta con mi arrepentimiento, no es suficiente mi oración y mi promesa sincera de no reincidir. Tú lo sabes, dentro de mi no existe maldad, aunque sí, confieso que he sido infiel, pero. . . ¿Qué significa la infidelidad cuando nada destruye y cuando nada trastoca?  ¿Qué importa la voluntad si la piel no conserva huellas? Este amor es más fuerte que yo, que el tiempo, que la distancia misma, es un sueño para mí, tan solo para mi, sin herir, sin dañar a nadie. Acaso a ti, Señor, ¿Puede ofenderte este amor?”

Sus pensamientos se interrumpen al escuchar el taconeo de una mujer que llegando tarde al servicio pasa junto a él para sentarse bancas adelante.
Su corazón da un vuelco, su respiración se detiene unos segundos al cabo de los cuales aspira una bocanada de aire y al abrir los ojos busca infructuosamente a la recién llegada, es inútil, no alcanzó a verla cuando ya se había sentado.
“¡Su perfume! . . .  ¿Será posible? . . .  ¡Es ella! ¿Acaso está aquí?  No, mi imaginación me está jugando una mala pasada, ¿O será la culpa? Definitivamente es una locura, pero ¡Sí!  ¡Es su perfume! ¡Oh Dios, no me tortures!”

Esperanza, con una sonrisa, le tiende la mano para darle el saludo de paz
Él la estrecha mecánicamente mientras busca con la mirada entre la concurrencia, que afablemente se da la mano, la fuente de la que emana su turbación.
_ Sí. . . la paz sea también contigo. . .

El servicio continúa. Más es inútil, no consigue apartarla de su pensamiento, la sola idea de verla allí lo sobresalta, se estremece involuntariamente ante la posibilidad, que aunque remota, existe.
Cierra los ojos nuevamente tratando de concentrarse en las palabras del sacerdote, sin embargo, el halo del perfume lo envuelve tan deliciosamente como si fueran los brazos de la amada, lo embriaga y confunde. Inconscientemente su mente lo transporta a otro lugar y otro tiempo no tan lejanos, todo desaparece en torno suyo y se observa a sí mismo, tan vívidamente como si fuera real, en la penumbra íntima de la habitación, recorriendo la delicada espalda con la trémula desnudez de sus dedos mientras aspira, enterrando la nariz en los sedosos cabellos lenta, muy lentamente el suave perfume que se desprende de ellos y que incita a su boca ansiosa apurar el recorrido hasta posarla ávida sobre la tersa piel de su cuello.

Sus dedos se vuelven más exigentes y se abren ante la suavidad de las curvas al final de la espalda. Acercándola contra sí, aprisiona la estrechez de las caderas, que urgentes reclaman la dureza de su virilidad. Casi logra sentir el acelerado latido de su corazón a través de sus senos pequeños y redondos, que se pegan turgentes al sudor de su pecho, en un estrecho pero suave abrazo, tan suaves y húmedos como la tibia lengua que lo invade en un beso profundo, prolongado, lento, tanto que lo aturde y demanda la culminación de la caricia. 

Todo resulta tan perfecto, que nada parece romper el hechizo. Finas perlas de sudor, van cubriendo su frente y su respiración se vuelve pausada y profunda, hasta que un estremecimiento lo sacude cuando percibe la involuntaria erección, que como prueba fehaciente, delata su ensoñación.
Como si se tratase de un ser independiente, ese apéndice de sí mismo, con vida y voluntad propias, resultaba ajeno a sus mandatos y su cerebro no ejercía poder alguno para someterlo.
En un intento por disimular su embarazosa situación, desdobla las hojas de las oraciones impresas y finge leerlas alargando los brazos hasta lo bajo de su cintura; en ese momento se escuchan las últimas palabras del sacerdote dando por terminada la ceremonia.

Camina hasta la salida del templo y apresura el paso, lo largo del pasillo parece infinito y siente con urgencia la necesidad de respirar el aire fresco. Mientras, su mujer y las niñas lo siguen con cierta dificultad.

Esperanza no puede evitar comentarle, cuando logra emparejarlo de camino a su automóvil
_¿No te pareció, Andrés, que el  párroco estuvo especialmente inspirado en el sermón de hoy? Me sentí francamente conmovida cuando se refirió al amor entre esposos.
_ Sí, mujer. Realmente fue un servicio muy hermoso.
Contestó sonriente mientras abría, con gentileza, la puerta del auto para que subieran. 

Marilú2004